miércoles, 15 de agosto de 2012

Cómo nuestra forma de pensar puede explicar nuestra ansiedad


La idea central en los modelos cognitivos (modelo de pensamiento) de los trastornos emocionales es que las emociones negativas como la ansiedad surgen a partir de cómo el individuo interpreta determinados hechos que le suceden o genera expectativas en función de los mismos, y no tanto por los hechos ocurridos en sí. La interpretación que hacemos nos lleva a comportarnos de una determinada manera. Esto quiere decir que ante un mismo hecho nos podemos comportar de forma diferente según lo interpretemos, por ello dos personas distintas ante la misma situación si la interpretan de forma diferente se comportaran de forma también diferente. Vamos a verlo con un ejemplo: al sufrir una enfermedad grave, una persona la puede vivir con cierto optimismo y ganas de superación, además de buscar la ayuda necesaria; y otra persona puede verlo como que ya es el fin del mundo que no hay ya ninguna solución, por lo que se resigna ante la situación que vive, se encierra en casa no quiere saber nada de nadie y lo peor es que no es capaz de buscar la ayuda que necesita. Como vemos es la misma situación, en este caso negativa pero en nuestras manos está superarla lo mejor posible o vivirla como lo peor.

En estado ansioso los individuos interpretan de forma sistemática las situaciones como más peligrosas de los que realmente son, sobreestiman el peligro.
Cuando el sujeto percibe de forma errónea la situación como una amenaza, las respuestas activadas son inapropiadas para la situación y, a menudo son interpretadas como fuente de amenaza en sí mismas, lo que conduce a una serie de círculos viciosos que tienden a mantener o exagerar las reacciones de ansiedad. Por ejemplo, el aumento de los latidos del corazón puede tomarse como prueba de un ataque del corazón inminente, produciendo un aumento de la ansiedad y de los síntomas cardíacos.
Cuando una persona ante un determinado estímulo o situación, experimenta miedo, pone en marcha la ansiedad y lleva a cabo conductas de evitación y/o escape, no es porque ese estímulo o situación provoque de forma automática esa respuesta, sino porque la persona lo ha valorado o interpretado previamente como una amenaza, independientemente de que luego realmente lo sea o no. La valoración de amenaza va a ser el resultado del análisis que la persona hace del potencial del estímulo o situación para causar daño y del potencial del propio paciente para superar ese daño.

El problema principal según Beck (1985) en los trastornos de ansiedad en general es la sensación de vulnerabilidad que presenta la persona, se ve  a sí misma sometida a peligros internos y externos ante los que no puede ejercer ningún control o, en el caso de ejercerlo, no puede ejercerlo de forma efectiva para garantizarse su propio sentido de seguridad. La persona mantiene una serie de creencias básicas sobre sí mismo, como sujeto vulnerable e incapaz de afrontar situaciones, y sobre el mundo y los demás, como potencialmente peligrosos y/o amenazantes. Estas creencias se originan en la infancia a partir de las interacciones con nuestro entorno y la persona las experimenta como verdades absolutas e incuestionables. Ante determinadas situaciones, estas creencias, hasta entonces inactivas, pueden activarse, dando lugar a que la persona interprete los hechos según el contenido de sus creencias (yo vulnerable e incapaz, el mundo y los demás amenazantes), seleccionando la información que las confirma y rechazando la información que las desmiente. Para ello, utiliza determinadas distorsiones o errores del pensamiento que facilitan que estas interpretaciones catastróficas sean posibles, y den lugar a determinados contenidos mentales (pensamientos o imágenes) que aparecen de forma automática en la conciencia, lo que a su vez dará lugar a determinadas reacciones afectivas y conductuales (incluyendo la respuesta psicofisiológica; ej, sudor, temblor, palpitaciones, etc.).

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